Estas ionizaciones a su vez pueden producir daños en el ADN de las células y bien destruirlo o inducir mutaciones en los genes. Si el número de mutaciones es lo suficientemente grande se puede llegar a generar cáncer, malformaciones en los descendientes de los individuos expuestos e incluso la muerte.
Pero estos efectos se producen cuando los niveles de radiación son muy altos, como en el caso de la bomba sobre Hiroshima o el accidente que ocurrió en la central nuclear de Chernobyl. Con actividades bajas o las medidas de seguridad adecuadas, la probabilidad es tan pequeña que no puede discriminarse frente a otros agentes cancerígenos como el alcohol, el tabaco o la dieta.
Prácticamente desde su descubrimiento los isótopos radiactivos han tenido muchas aplicaciones y hoy en día constituyen una herramienta muy útil en infinidad de campos. Además de que las centrales nucleares nos aportan actualmente el 14% de la energía eléctrica que se genera en el mundo, los radioisótopos han revolucionado la medicina, tanto en lo referente al diagnóstico como a la terapia, se utilizan para controles de calidad en la industria, conservación de los alimentos, preservación de obras de arte, control de plagas…
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